POP UPS 1

POP UPS 1 ¨ ventanas emergentes de la memoria

Las tapas de unos pocos libros llevan mi nombre. Cada vez que publiqué alguno, le llevé un ejemplar a mi mamá y ella, apenas lo recibía, lo ponía prolijamente en un estante de la biblioteca de tres cuerpos que ocupa una de las habitaciones más grandes de su casa, que también fue la mía. No conservó ninguno. Supe alguna vez que los iba regalando; uno a una amiga; otro, a la kinesióloga; otro, a una vecina. Para sus hijos o para sus nietos, les decía. Ellas me lo agradecieron. Lo que nunca entendí del todo es por qué mi mamá se deshacía de ellos. No era algo en contra de mí. Le gustan los espacios vacíos. Por ejemplo, ahora que está muy vieja y más enferma que nunca, cuando paso a verla y a controlar si la cuidan, entro a su casa y abro los placares porque ya no están bajo llave; o voy por las habitaciones sin que me cierre el paso o me siga por detrás. Entonces, puedo ver cómo todo ha quedado reducido a su mínima expresión. Todo limpio y ordenado; no hay nada que esté de más, diría ella si pudiera articular alguna palabra. Pero no puede. Sólo mira. Hasta esos lugares a donde llego ahora, su mirada no me alcanza.
Lo único que permanece cerrado es el cajón del escritorio de mi papá. Es como si hubiera dejado, antes de morirse, un candado invisible que nos impide a los hijos saber qué escondía. De hecho, siempre jugaba cuando éramos chicos a abrir el cajón lleno de lápices, gomas, reglas, lapiceras de todas las formas, colores y tamaños, y esperaba que los tres corriéramos a ver qué había adentro y, una vez todas juntas las cabezas por sobre el cajón, lo desplazaba hacia dentro y le echaba llave. La próxima, nos prometía. Pero la próxima todavía no llegó. Quizá haya dólares adentro o el título de propiedad de la casa, que no está por ningún lado, o los poemas dedicados a una mujer secreta (mi papá escribía poemas) o la libreta de calificaciones del colegio donde daba clase, que me reclamaron en su momento y nunca encontré.
Cuando me casé, fue nada más que volver de la luna de miel y descubrir que de mi habitación habían sacado todos los muebles y vaciado el placar empotrado. Regalé todo a la parroquia, dijo mi mamá. Hay gente que lo necesita. Sí, claro, contesté. No quedó casi nada de mí allí; solamente, una caricatura que hizo uno de mis alumnos y que está debajo del vidrio de la mesa de la máquina de escribir. Un día me la voy a llevar.
Mi mamá me mira en silencio, con la cara que tienen las cosas inmóviles. No sé si entiende lo que le digo, lo poco que le digo. Hablarle es arrumbar palabras en el aire que no van a ningún lado.
Todo esto lo cuento porque unos amigos que tengo quieren que hable de mí. Pero mi vida, que no es interesante, parece ese libro ordenado en un estante de biblioteca, que luego se regala, pasa a otra biblioteca y hasta puede perderse en una mudanza. Mi vida, si la digo en voz alta, es breve. Se cuenta en dos palabras. Pensar en esto no duele en absoluto. No somos tan importantes. Muchas vidas es una generación, la humanidad; pero una sola vida es tan poco. Si uno encuentra en su casa un camino de hormigas, se preocupa; pero a una sola hormiga puede aplastarla sin culpa. No hay que tener miedo de decir algunas cosas de la manera que sea. No intento tampoco dar lástima: yo sé quién soy. Lo que dije antes es para dar cuenta de una realidad simplemente.
Esos libros que escribí y que estaban sobre un estante no son de ficción. Es pura teoría sobre la ficción; aunque la teoría es otra de las formas de la imaginación. Como la enseñanza.  Es raro. Uno cree que sirve para algo la teoría y le pone toda la pasión a describir y argumentar; pero luego parece que no, que todo eso también se desintegra y ya no interesa más. Me pregunto qué quedará de la profesora que le habla a la alumna que era, que siempre soy yo. Yo, que desaparezco.

Escribir sobre la propia vida es otra cosa.  Es tener un cuchillito filoso y darle al hueso y pelarlo hasta su centro y llegar hasta allí, pero no romperlo. Ensayar es hablar con el otro. La poesía es hablar libremente. Narrar, en cambio, es elegir, y por lo tanto descartar, manipular los hechos y darles un sentido prefijado. Narrar la vida, pienso, es empobrecerla. No sé si lo voy a poder hacer. Quizá cuando lo intente, al querer imitarla, yo desaparezca del todo. O puede que la gente me mire como mi mamá, sin necesitar que le hable.

Comentarios

  1. La frase “la teoría es otra de las formas de la imaginación” ya nació para el resto de los siglos. Y “yo, que desaparezco”, es cierto, es el devenir, pero uno siempre se convierte en otra cosa. Tal vez sí valga la pena narrar, para decidir en qué convertirse. Por supuesto, el posteo me gustó mucho y me emocionó. Muy fecundo!

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  2. Gracias, Federico, por leer. Hacer teoría es una manera de estimular la imaginación ¿no? De hecho, muchos cuentos de Borges surgieron a partir de especulaciones sobre lecturas de la enciclopedia. Pensado asi, no es árido el pasado dedicado a dar vueltas. Pero uno lo siente un poco así. Yo también me emocioné cuando lo escribía. Puede ser que haya que narrar. Se renovaría la apuesta por los ideales.

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    1. Un verdadero placer leerte, Silvina, el agradecido soy yo. También porque tu texto me movió a ponerme a escribir. En mi caso, teoría, sobre derecho y política, ya en pleno uso consciente de mi imaginación! ;)

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    2. Muchas gracias, Silvina! Ya sucederá! 😃

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  3. Silvina, me encantó leerte. No estoy segura que narrar la vida sea empobrecerla. Quizás sea interesante elegir "que", de todo lo vivido, compartir. No lo sé, lo pensé mientras te leía. Le seguiré dando vueltas al asunto.

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  4. El recorte de una vida, a veces, me resulta engañoso. Mostramos lo que queremos. Pero es verdad que, como dice Borges, la memoria y el olvido son dos caras de una misma moneda.

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  5. No pienso que narrar la vida o algo de mi vida, sea empobrecerla. Más bien siento que es rescatar recuerdos, sentimientos, emociones.
    Tus textos me gustan mucho, Silvina, y son motivadores.

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    1. Gracias, Mirta! Pienso que, a veces, cuando uno recupera el pasado lo recorta o lo modifica, lo embellece o lo empeora. Porque uno recuerda más que lo que sucedió, lo que uno sintió en el ese momento ¿no?

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  6. No pienso que narrar la vida o algo de mi vida, sea empobrecerla. Más bien siento que es rescatar recuerdos, sentimientos, emociones.
    Tus textos me gustan mucho, Silvina, y son motivadores.

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