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Mostrando entradas de diciembre, 2020
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  POP UPS 11                                                        You say you want a revolution Ayer vi una película común y corriente por PrimeVideo y hoy me levanté temprano con ella dándome vueltas en la cabeza. Es la historia de un par de vidas en el barrio de Harlem, en el norte de Manhattan, en los años sesenta. Él es un saxofonista autodidacto con talento suficiente como para convertirse en Charlie Parker y se gana la vida tocando con una banda en un bar llamado Blue Morocco; ella, una chica de clase media, cuya madre lidera una escuela de buenos modales. Los dos son negros –como todo lo que se ambienta en el Harlem− y juntos rinden culto a una frase de Shakespeare, que dice algo así como “la vida es demasiado breve como para no dedicarla a lo que te apasiona”. Parece al principio que uno va a conocer a dos “ganadores” (sí, winners ); sin embargo, a lo largo del relato, vemos que no, que se detienen en el medio de la cosa. Me interesa él particularmente, porque es un artista
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POP UPS 9 Mi hoja sobre Whitman   Walt Whitman es el primer poeta que leí porque sí en una edición que me vendió un librero hippie, en Mar del Plata, en los setenta. Walt Whitman, de Long Island, que visita a Poe, cuando publica “El cuervo”, y se divierte con sus otros amigos, los choferes de ómnibus. Ese Whitman que conocemos todos –con sus cabellos demasiados largos y su barba legendaria y que va vestido como un maestro carpintero– construye casas, donde va a vivir, y las abandona (porque él es así: de todo se va después de un tiempo). Dice en un cuaderno de apuntes que lleva a todas partes: “Sé siempre claro; no seas enigmático”. Y así escribe lentamente las  Hojas , mientras ve cómo transcurren la guerra civil y la epidemia del cólera. Son escenas obscenas estas  Hojas -dicen - , horribles inventos contra la lengua inglesa, contra el hombre y la mujer como Dios manda ; su venta pide prohibir Nueva Inglaterra y la Sociedad para la represión del vicio y la indecencia y el sexo no ort
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  POP UPS 7                                                                                    YO TENGO UNA AMIGA MONJA Pongamos que se llama Norita y yo, Mariana. De vuelta al pasado, los recuerdos se mezclan y varios personajes se cruzan entre sí. Pero pensemos que era mi compañera de banco de la escuela primaria y vecina. En realidad, se llama Gabriela Nora. Nora como su mamá. Pero en el colegio, las monjas la habían apodado Norita, porque en la división ya había tres Gabrielas. Vivía a la otra cuadra de casa, apenas pasando la verdulería de la esquina de Fragata Sarmiento y Tres Arroyos. Era en algo parecida a mí: el pelo tendía a un tinte pelirrojo, tenía la piel muy blanca y pecosa, era prolija en su aspecto exterior, sonreía por costumbre. En lo demás, diferíamos notablemente. Ella era (es) alta y delgada; yo, baja y redonda. Ella, racional y de gestos controlados. Yo, emocional y brusca en el trato. Ella, selectiva en lo que refiere a sus amigas; yo, compañera de todas, la coor
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POP UPS 6                                                        Diccionario familiar Mi abuela me contaba historias fabulosas de las estrellas de cine de los años 30. Desde que se había quedado viuda a los veintinueve años y se había ido a vivir con su hermana mayor, que era soltera, y con sus dos hijos varones a una casa en Caballito, se daba ese único recreo: ir a la matiné casi todos los días y charlar, hasta la noche tarde, de romances y medias de nylon, de los ojos de Greta Garbo y de los pañuelos al cuello que estaban de moda. Hablaba incansablemente. Y se reía mucho. A mí me parecía que tenía una vida feliz y que era incapaz de enojarse. Las parientas la llamaban la gorda; mis primas segundas, la tía María. Pero, en realidad, la habían anotado como Ángela. Todos en mi casa paterna tenían varios nombres: el de nacimiento, el del bautismo y el apodo, por lo menos; a veces, se agregaba algún otro, generalmente, secreto. Ese no había que divulgarlo. Por ejemplo, mi abuela me decí
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POP UPS 5                                                                            Sueño con mis padres Estoy en la planta alta de la casa del barrio de Devoto. Me acabo de despertar de una pesadilla. Sé que grité entre sueños y hasta lloré. Tengo la cara, el cuello, las manos, todo húmedo. En el sueño, alguien entraba para robar o se acercaba para golpearme o, tal vez, quería violarme, no lo sé. El miedo sigue aquí, entre las sábanas, y me paraliza. Quiero incorporarme, pero no puedo. Parece como si el cuerpo se me hubiera desprendido: pega saltitos irregulares, el corazón va a mil, el cráneo se dilata y deja entrar muchos pensamientos. Sé que tengo que hacer el esfuerzo de levantarme, pedir ayuda. Muevo los dedos de los pies. Las piernas, los muslos están pegados, pero le doy orden a las rodillas que se separen hacia fuera, un poco, solo un poco. Sí, el tronco ya se desprende del colchón, estiro los hombros, me apoyo sobre el brazo derecho y trato de levantarme. Ya estoy erguida
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 POP UPS 4                                                       MIS FRASES HECHAS Fui escritora exitosa de manuales de lengua y literatura. Tenía un editor, el genio de la industria de las texteras −hizo con la venta de libros para la escuela una fortuna considerable y hoy vive de las glorias pasadas en un suburbio de Londres−, que apuntaba directo a mi corazón de artista relegada. Una vez le preparé un proyecto de colección de lectura para chicos y adolescentes, en el que insumí varias semanas de trabajo. Todo lo calculé: el contenido planteado en secciones de acuerdo con las últimas tendencias en didáctica, el diseño visual, atractivas tapas y contratapas, listas de autores e ilustradores de lo más cotizado en el mercado. Ya veía todos los volúmenes imaginarios, alineados en estantes de la biblioteca de mi oficina, cuando este editor, después de echarle una mirada en diagonal a las diez o doce páginas del proyecto que tenía desplegadas sobre su escritorio, me dijo: –¿Y esssto –remar

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POP UPS 1 ¨ ventanas emergentes de la memoria Las tapas de unos pocos libros llevan mi nombre. Cada vez que publiqué alguno, le llevé un ejemplar a mi mamá y ella, apenas lo recibía, lo ponía prolijamente en un estante de la biblioteca de tres cuerpos que ocupa una de las habitaciones más grandes de su casa, que también fue la mía. No conservó ninguno. Supe alguna vez que los iba regalando; uno a una amiga; otro, a la kinesióloga; otro, a una vecina. Para sus hijos o para sus nietos, les decía. Ellas me lo agradecieron. Lo que nunca entendí del todo es por qué mi mamá se deshacía de ellos. No era algo en contra de mí. Le gustan los espacios vacíos. Por ejemplo, ahora que está muy vieja y más enferma que nunca, cuando paso a verla y a controlar si la cuidan, entro a su casa y abro los placares porque ya no están bajo llave; o voy por las habitaciones sin que me cierre el paso o me siga por detrás. Entonces, puedo ver cómo todo ha quedado reducido a su mínima expresión. Todo limpio y