RECUERDO DE GARCÍA LORCA. 18/08/1936 EL CRIMEN FUE EN GRANADA

 

                                                                   La fama de un torero


 En Viznar, cerca de Granada, hay un edificio del arzobispado donde la Falange se ocupa de reprimir a los insurgentes de forma que no quede registro. Allí, antes del amanecer del 18 de agosto se ve a cuatro hombres correr por el campo ralo como muñecos desarticulados. Están tan desesperados que gritan, pero la voz le sale en hilitos que el viento frío acaba por descomponer en gotas diminutas que iluminan el aire. Uno de pronto se detiene y, con las manos en forma de oración, suplica que lo liberen. Ven desde lejos cómo agita los brazos y, finalmente, se agarra los pelos como queriendo arrancarse la cabeza. Por favor, no me maten, tartamudea en medio del llanto histérico, pero esto no pueden escucharlo. Hasta que es ejecutado. Sin embargo −parece− no se calla: ¡No estoy muerto! ¡No estoy muerto!, espantado un soldado cree oír de su boca estas palabras cuando se acerca y ve que ya las balas han hecho derramar la sangre en charcos pegajosos. Dos tiros por el culo por maricón, se jactaron después los falangistas cuando les preguntaron. El lugar del crimen fue bautizado hace siglos por los musulmanes como Fuente de las Lágrimas, nombre bello y musical, como le hubiera gustado a Federico García Lorca. 

Ay fuente de las lágrimas,

no le digáis al alba vuestro luto,

no le quebréis al día la esperanza

de nardo y verde sombra, 

pero llorad conmigo,

Ay fuente de las lágrimas. 

Numerosas excavaciones hoy quieren dar con los huesos todavía perdidos y hay muchas explicaciones para la sentencia de muerte cruel y desmedida.

Lorca había nacido en Granada el 5 de junio de 1898, pero pasó su infancia en Fuentevaqueros y en Valderrubio, donde su familia, gente de hacienda y culta, quiso vivir entre olivares y limones. Su inclinación al juego del piano, la guitarra, los recitados populares se reflejan pronto en el Cante Jondo y en el Romancero, libros que lo hicieron poeta. En la Residencia de Estudiantes de las afueras de Madrid, conoce a Salvador Dalí, con quien compartirá un amor hecho de extravagancias y desencantos. 

Pero el gran Lorca es el teatro. Entre octubre de 1933 y marzo de 1934, visita la Argentina, invitado por la Asociación Amigos del Arte, para dictar unas conferencias. En el muelle, lo esperan periodistas, fotógrafos, poetas, ministros y “una nube de gente” que son su público, gracias a una exitosa puesta de Bodas de sangre con Lola Membrives encabezando el reparto. 

Ocupa la habitación 704 del Hotel Castelar en Avenida de Mayo, desde cuya ventana puede contemplar la calle predilecta de la colectividad española, conocida incluso como “Avenida de los Españoles”. Frecuenta además el subsuelo del hotel, en el que están los estudios de Radio Stentor -varias de cuyas emisiones lo tendrán como protagonista- y una confitería acorde con su inclinación por los dulces. Su sonrisa franca y estentórea, el apasionado acento andaluz, su actitud amistosa y desbordante de entusiasmo, su genialidad glamorosa harán de él el personaje ineludible del espectáculo argentino por entonces. “Aquí en esta enorme ciudad, tengo la fama de un torero” – escribe en una carta a sus padres-. “Hace noches asistí a un estreno en el teatro y el público, cuando me vio, me hizo una ovación y tuve que dar las gracias desde el palco”. Repetidamente la prensa lo retrata; en el Tortoni canta y recita; ofrece conferencias como la difundida “Juego y teoría del duende” -sobre una suerte de capacidad visionaria del arte- y “Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre”, alrededor de las canciones populares, que manifiesta su apego a la tierra natal y a la tradición. Pasea a la vista de todos por Corrientes o Florida; se le pegan escritores reconocidos: Girondo, Nalé Roxlo, R. González Tuñón, Norah Lange, Rojas Paz. Con Pablo Neruda pronuncian el famoso “Discurso al alimón”, en honor a Rubén Darío, en el que van trenzando sus intervenciones, como dos toreros hermanos torean al mismo toro con un único capote. 

Pero sobre todo trae una lección de teatro. “En el teatro hay que dar entrada al público de alpargatas”, declara al periodismo. Lorca no fue un poeta politizado pero sí un artista comprometido con los desplazados y humillados del sistema social: el gitano, el morisco, el pobre, la mujer. Por eso y como parte de un programa educativo, había creado en España La Barraca, el Teatro Universitario montado en un carro que recorría aldeas y pueblos para revivir y difundir clásicos del teatro español ante un público diverso, constituido por la clase pudiente y la obrera. Lo guiaba la visión “humanizadora” del arte y la convicción de que el teatro debía iluminar sobre la complejidad de las relaciones sociales. De esta manera, Lorca dio voz a unos cuantos personajes que explicitaron lo que, en su época y en su país, podía ser entendido pero no quería ser escuchado. Sin tapujos, puso en escena cuerpos violentados y conciencias sometidas, lo que, sin duda, alcanzó a perturbar a algunos de sus coterráneos. 



Además de acumular recortes de diario que envía prolijamente a sus padres, Lorca gana mucho dinero en Buenos Aires. Victoria Ocampo – que lo ha conocido en Madrid en 1931- le ofrece hacer una edición argentina del Romancero Gitano, que apenas aparece en las librerías se agota de inmediato. El “escandalazo” que produce con su visita reproduce detractores. Para Arturo Cambours Ocampo, “es un gordito petulante y charlatán”; para Borges, “un andaluz profesional”. Sin embargo, el público se abarrota para conseguir entradas de Bodas de sangre en el Teatro Avenida -que se pone hasta noviembre y alcanza la centésima representación- y en diciembre la mítica Membrives –aguda empresaria- estrena La zapatera prodigiosa, una versión más completa que la ofrecida por Margarita Xirgu en 1930, con asistencia del mismo Lorca en la puesta, música y canciones. Trabaja al mismo tiempo en la adaptación de La dama boba, de Lope de Vega, para la actriz Eva Franco, que se pone en el Teatro de la Comedia.



Hasta sus últimos días en Buenos Aires son de intensa actividad. Lee escenas de Yerma y ofrece un espectáculo de títeres. 

Emocionado, se despide de una masa de gente en el puerto, donde lo aguarda el Conte Biancamano en que embarca. Antes, tiene un último gesto de agradecimiento: entrega a Pablo Neruda y a Armando Villar un regalo “para seguir la fiesta”; estos abren el paquete y, sorprendidos, descubren que contiene una fuerte suma de dinero. 
Lorca, por su parte, se dispone a cruzar el Atlántico. De espaldas a la vida, mira hacia adelante: una España dividida lo está esperando. 
La Guerra Civil lo devorará: su pecado fue iluminar lo que estuvo quieto años enteros y despertar un monstruo que lo iba a derrumbar. Y así fue. 

 

 



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