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                                                         Sueño con mis padres

Estoy en la planta alta de la casa del barrio de Devoto. Me acabo de despertar de una pesadilla. Sé que grité entre sueños y hasta lloré. Tengo la cara, el cuello, las manos, todo húmedo. En el sueño, alguien entraba para robar o se acercaba para golpearme o, tal vez, quería violarme, no lo sé. El miedo sigue aquí, entre las sábanas, y me paraliza. Quiero incorporarme, pero no puedo. Parece como si el cuerpo se me hubiera desprendido: pega saltitos irregulares, el corazón va a mil, el cráneo se dilata y deja entrar muchos pensamientos. Sé que tengo que hacer el esfuerzo de levantarme, pedir ayuda. Muevo los dedos de los pies. Las piernas, los muslos están pegados, pero le doy orden a las rodillas que se separen hacia fuera, un poco, solo un poco. Sí, el tronco ya se desprende del colchón, estiro los hombros, me apoyo sobre el brazo derecho y trato de levantarme. Ya estoy erguida sobre la cama, me siento un poco mareada. Pero no hay tiempo. Voy hasta el cuarto de mis padres, que está con la puerta cerrada. Nunca cierran la puerta. Y no puedo abrirla fácilmente, está hundida en el marco. La empujo con el cuerpo y ahora estoy frente a los dos. Ayúdenme, grito. Cada uno, en su cama, se incorpora de golpe, los dos a un tiempo, como si tuvieran resortes programados a la misma hora. Pero no son ellos. Sí, son ellos; pero mi padre tiene la cara de mi madre y mi madre, la de mi padre. Los dos me miran congelados por el espanto; pero no me hablan. No pueden hablarme porque no tienen bocas. Me miro las manos como buscando en ellas un espejo: las palmas; luego, el dorso: están llenas de cicatrices. Ellos apoyan de nuevo sus cabezas sobre las almohadas. Retornan a sus cajas de autómatas.    

 

 

 


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