POP UPS 16



                                                                TIRAR BIBLIOTECAS

Hace unos pocos días, la luz colorada del semáforo me detuvo en Virrey del Pino y Libertador. Delante, un Corsa echaba gas negro por el caño de escape. De la puerta trasera, salió un chico de unos once, doce años, con una pila de libros entre los brazos. Se cruzó a la plazoleta Olivera y, con un envión, los lanzó sin asco a la boca hambrienta de un tacho rectangular y gris. Adiós, libros. Hubiera querido bajarme del auto e ir a ver de qué se había librado. Pero la luz verde me puso en movimiento. Y me fui, turbada por el impacto que me había provocado la escena y que se prolongó todavía unos cuantos segundos más.  A mí, que soy docente, me duele que maltraten los libros, que les hagan solapitas en las esquinas de las hojas, que los subrayen con birome, que los dibujen. Pero ver que se los tira a la basura es un golpe mortal. ¡Volvamos a las aulas!, pensé. Pero ¿qué aulas?, me dije al toque. Como si hubiera sido hecho a propósito, a las pocas horas un documental israelí me sumerge en otra tortura de mi bibliofilia feroz. The flat (2012) muestra a su director, Arnon Goldfinger, tirando por la ventana de un departamento, en Tel Aviv, que perteneció a su abuela recientemente fallecida a los 95 años, una cantidad de libros polvorientos. La voz en off confiesa: “we have a difficult task: to decide what stays and what goes” (“tenemos un difícil tarea: decidir qué conservamos y qué no). 



                        TRAILER:

                         https://www.youtube.com/watch?v=Z94u_5qLxXU

                         https://youtu.be/vFmbW9ZhV8s


Yo misma tengo en la pieza de servicio tres ingentes bolsas llenas de libros que ya no entran en mi casa, mientras otros, que acabo de comprar, esperan en pilas al lado de una de las varias bibliotecas a que se desocupe un estante. Los descartados no sé a quién regalárselos, donárselos, vendérselos, o en qué punto verde de las plazas dejarlos abandonados. Nadie los quiere. Yo tampoco. ¿Es un pecado? Supongo que ese chico del Corsa poluto era mi yo resolutivo. Pero ¿qué podemos hacer si los papeles son el escuadrón invasor?

Borges dice que Platón dice que los libros son como esfinges. Uno cree que están vivos, pero si les hablás, no te responden. El lector es el que los saca de su mudez de piedra venerada. Aunque también están los que hablan de más y se los persigue. Mi profesor de Griego IV contaba que había tenido que quemar El origen de la tragedia, de Nietzche, porque le había trastornado la vida. “Literalmente: lo quemé”, recuerdo que dijo y a mí me dio un escalofrío. Pero yo, cuando tenía 14 años, había escondido uno que me perturbaba detrás de otro en lo alto de la biblioteca, un lugar al que nadie alcanzaba. Me daba miedo siquiera verlo. No voy a decir cuál era. Los libros, en efecto, tienen poder. En Fahrenheit 451, Ray Bradbury imagina una sociedad distópica donde los libros se queman en hogueras como a brujas. ¿Y qué diremos del pobre Menocchio, el molinero friulano protagonista de El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg, que murió en la hoguera en el siglo XVI por orden del Santo Oficio, porque habían encontrado en su biblioteca libros “inconvenientes” y tenía la cabeza llena de herejías que difundía entre los vecinos?  En contacto con los lectores, los libros son elocuentes y pueden resultar incontrolables. A veces, se borran las frases de los poetas de los edificios públicos. Porque se sabe: leer libremente estimula el pensamiento libre.

Cuando miro mi imagen en un zoom, que me refleja de espaldas a la biblioteca como si fuera Sor Juana Inés de la Cruz, según el óleo de Miguel Cabrera (¡qué pretensión!), me asusto de mí misma. No hay quien no me diga: “Me gusta tu biblioteca”. A mí me da miedo. Todo eso lo leí. Y hasta releí. Y estudié. Sepan que me falta el reloj que tiene Sor Juana, en uno de sus estantes, que le marca la fragilidad de todo conocimiento humano. Y la Carta Atenagórica, por supuesto. No soy, claro, símil Atenea, la de los ojos de lechuza. Soy una muy simple mortal con muchos libros de más, poco tiempo de vida por delante y tantas lecturas transitándome, que a veces necesito despejar para encontrarme.  

  

  

Comentarios

  1. ¿tu profesor de "griego IV" acaso dijo por qué ese libro "le había trastornado la vida"?

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    Respuestas
    1. Sí! En un momento de decisión en su vida. Se ve que lo llevó pir caminos de los que quizá se arrepintió.

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  2. Es difícil, pero necesario, desprenderse de algunos libros, como de algunas otras cosa en la vida. Ahora hablan de "soltar". Será que si decimos soltar sentiremos menos culpa.

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