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                                                                EL CNBA, CORTÁZAR Y YO



En 1984, me hice cargo de las primeras cátedras que tuve en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Recuerdo con precisión el día: 29 de agosto. Yo acababa de cumplir 24 años y estaba llena de miedo. Como dijo en estos días la actual rectora, el Colegio era “muy grande” y mis alumnos de quinto año todos mucho más altos que yo. Mi Jefa de Departamento era en ese entonces Edith López del Carril, de la que aprendí todo lo que significaba estar allí. Distante al principio y extremadamente exigente, iba a supervisar mi clase todas las semanas. Dada mi juventud, sospechaba que la situación iba a desbordarme, sobre todo porque eran épocas turbulentas. La democracia reiniciaba y los grupos políticos estudiantiles daban batalla sin pausa. Había que sobrevivir, de verdad. De hecho, había llegado yo para reemplazar a un profesor que de un día para otro había abandonado las dos divisiones del turno tarde. Pasadas las primeras semanas, mi relación con Edith cambió para siempre. Fue generosa con su tiempo y me ayudó con afecto a integrarme a un grupo de profesores que no era nada fácil. Se me aparece siempre su imagen de mujer con una energía arrolladora, que me hizo comprender que para poder persistir en ese espacio androcéntrico había que ser parecida a ella.

Así sorteé la primera prueba, no sin pasarme fines de semana completos estudiando (y fiestas de guardar). Supongo que más que mis propios alumnos, cuyas miradas afiladas amenazaban con desarmarme. Era una lucha cuerpo a cuerpo. Me sabía las clases de memoria, lo que no era muy útil, porque los “colegiales”, con su inteligencia y creatividad, sus cuestionamientos y sus propuestas, me sacaban de libreto todo el tiempo. Sí, señora rectora actual, los chicos me enseñaron algo que yo no sabía: a ser dinámica, flexible, bien dispuesta para los requerimientos del hic et nunc; me pidieron que los mirara de frente, los escuchara, los conociera, los comprendiera, les respondiera. No sé si pude del todo. Pero los quise mucho, porque ellos me hicieron profesora.

Cuando Edith pasó a ser Vicerrectora, Patricio Esteve fue mi nuevo Jefe. Un hombre que estaba en las antípodas. Dramaturgo de Teatro Abierto, autor de “La gran histeria nacional. Palabras Calientes”, era un tipo desordenado pero sumamente ingenioso, alegre en todo momento, de esos que gozan de la docencia, no la sufren. Alguien genial. Fue él quien me contó algo que sé sobre Julio Cortázar. En una función de Teatro Abierto (un movimiento cultural argentino contra la dictadura militar argentina 1976-1983), se hizo presente. Llegó con las luces apagadas, cuando ya había comenzado la obra. Subrepticiamente ocupó un asiento en mitad de la sala. Cuando terminó la función y las luces volvieron, el público lo descubrió. Automáticamente, todos pero todos se pusieron de pie, lo rodearon y lo aplaudieron con toda la fuerza. Julio, a quien tanto queremos, se emocionó. Él, el vapuleado por la derecha y por la izquierda, el llamado escritor franco-argentino en la época, tenía a sus lectores y los lectores son fieles. Lloró porque la fidelidad del amigo era una de las cosas que más valoraba.

En esos días, Cortázar había vivido un episodio muy doloroso. Hacia fines de 1983, tras las elecciones presidenciales post dictadura, visitaba la Argentina de manera excepcional. Siempre que viajaba, llegaba hasta Montevideo –nos contaba Patricio- y se volvía a Europa. Esta vez, siendo Alfonsín presidente, se animó a cruzar el charco para visitar a su madre y concedió entrevistas periodísticas. Mientras tanto, las autoridades electas, que supuestamente le iban a hacer honores, lo ignoraban. Se han dicho muchas cosas sobre la razón por la que Alfonsín quería recibirlo y desistió después. Ya no importa. El público lo reconocía a Cortázar por la calle, lo saludaba con pasión y le pedía autógrafos. Nueve semanas más tarde, muere en París, el 12 de febrero de 1984 y es enterrado en el cementerio de Montparnasse. El mismo año se le concede el Premio Konex de Honor.




En 1999, estaba yo a punto de dar a luz, cuando me pidieron un artículo para la revista Proa, que se reiniciaba en la Argentina. Escribí un texto muy pretencioso sobre “Las babas del diablo”, que ni yo entiendo muy bien hoy cuando lo releo. Pero me hizo muy feliz ver mi nombre en la tapa de la revista, coronada por la imagen de Julio Cortázar. Y el nombre de Jorge L. Borges al lado del mío, de paso. La vida a veces te premia con detalles de literatura fantástica.

Bonus track:

https://www.youtube.com/watch?v=HfxDf0QjMg8&feature=youtu.be

"A 36 años de su muerte, ¿cuál es el Cortázar que recordamos?"

Fui invitada por Luciana Vázquez, a su programa en La Nación+ hace un año, para hablar sobre Julio Cortázar. Me encantó hacerlo.

Comentarios

  1. Qué emotivo relato, por la docencia y por Cortazar. Con el plus de la tapa de la revista. Genia, amiga.

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  2. Preciosa anécdota contada con calidez , ahondando en lo humano y en los azares del destino que muchas veces nos pone en lugares y situaciones de perplejidad. Hermoso!

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