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      Yo soy el hombre invisible o Los archivos del silencio

                                                De nuevo Sarmiento, Borges y Piglia

En 1974, la periodista María Ester Gilio entrevistando a Borges lo acusó de mantenerse al margen de los dilemas de la sociedad. El reportaje apareció en la revista Crisis, que contaba con un staff de redactores que sostenían “un discurso nacional, popular, latinoamericano, antiimperialista y revolucionario” –según Pampín y Colussi- y que encontraron una marca en el borramiento de los límites entre la “baja” y “alta” cultura. El autor de El aleph encarnaba, en efecto, al antimodelo del intelectual orgánico sostenido por esta publicación. Dice: “No tengo la vanidad de creer que puedo resolver los problemas de mis contemporáneos. Mi escepticismo me impide crearme obligaciones al respecto”. Y ayuda a colocarle título a la nota cuando termina confesando: “Yo quisiera ser el hombre invisible”.

En otra entrevista de 1984 para Tiempo Argentino, Piglia se expresa en un sentido aparentemente diverso: “Me interesa trabajar esa zona indeterminada donde se cruzan la ficción y la verdad. Antes que nada porque no hay un campo propio de la ficción. De hecho todo se puede ficcionalizar. La Argentina de estos años es un buen lugar para ver hasta qué punto el discurso del poder adquiere a menudo la forma de una ficción criminal. El discurso militar ha tenido la pretensión de ficcionalizar lo real para borrar la opresión”. Tomando como ejemplo a Arlt, quien sin aludir directamente el contexto, captó en sus novelas “el nudo secreto de la política argentina”, o a Macedonio, quien “une política y ficción como dos estrategias discursivas complementarias”, Piglia escribe para la fecha Respiración artificial (1980). Se lo dedica a dos desaparecidos y coloca un epígrafe de T. S. Elliot: “Tuvimos la experiencia pero perdimos el sentido que tenía: comprender su sentido permite restaurar la experiencia”. En consonancia, la novela intenta desentrañar el significado de la historia encubierta del país. Alrededor de un enigma que hay que descifrar –según el modelo del policial borgeano-, Piglia toma la forma del archivo histórico, es decir, la tensión entre materiales diferentes que conviven anudados por un centro que precisamente hay que reconstruir. Pasado y futuro, historia y literatura se remiten en la tarea de indagar la Nación, ya no en el sentido que en su momento propusieran Martínez Estrada o Scalabrini Ortiz cuando se preguntaron “cómo somos los argentinos”. Piglia tiene otro objetivo con su relato: averiguar la causa por la que fracasamos.

Los escritores, para Piglia, son los que narran lo indecible, lo que en virtud de un respirador artificial siguen vivos en medio de la pesadilla. En la lucha por rescatar la verdad escamoteada por el poder que llega a lo inverosímil, Piglia descubre la función social del escritor. Por eso la pregunta que cruza toda la novela es, precisamente: ¿Quién va a escribir hoy el Facundo?

En el entramado de explicar la Argentina, cosa ya intentada por Sarmiento tempranamente, Borges por su parte se pierde tozudamente en laberintos, ya que tiene la convicción de que la historia es secreta y redunda en múltiples causas incognoscibles para el hombre: “Un prosista chino ha observado que el unicornio, en razón misma de lo anómalo que es, ha de pasar inadvertido. Los ojos ven lo que están habituados a ver. Tácito no percibió la Crucifixión, aunque la registra en su libro”, dice en “El pudor de la historia” (Otras Inquisiciones). ¿Podemos echarle algo en cara al escritor de “La muerte y la brújula”? El tiempo, según él describe en numerosas ocasiones, es el presente. “Cada minuto que vivimos existe, no su imaginario conjunto” (“Nueva refutación del tiempo”). Lo que llamamos “historia” no es más que el relato de una forzosa línea que encadena causas y consecuencias fortuitas. Pero, en realidad, lo único que sabemos es que hay jardines de senderos que se bifurcan. Esa línea que queremos recta, invisible, incesante –que es el tiempo cronológico, el tiempo lógico- es pura ficción de los orígenes y los destinos que nadie está dado a descifrar.     

Yo quisiera saber qué escritores hoy, más allá de sus intentos breves y a los saltos en twitter, en notas de opinión en medios efímeros, en carreras de publicación en editoriales fugaces, repiten a Sarmiento, a Borges o a Piglia. O por qué no los repiten. Este país sigue siendo un enigma. Y no veo a nadie, no escucho a nadie que ponga un poco de imaginación, de riesgo ficcional, en medio del destrozo.  

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