POP UPS 27
Yo soy el hombre invisible o Los archivos del silencio
De nuevo Sarmiento, Borges y Piglia
En 1974, la periodista María
Ester Gilio entrevistando a Borges lo acusó de mantenerse al margen de los
dilemas de la sociedad. El reportaje apareció en la revista Crisis, que contaba con un staff de
redactores que sostenían “un discurso nacional, popular, latinoamericano,
antiimperialista y revolucionario” –según Pampín y Colussi- y que encontraron
una marca en el borramiento de los límites entre la “baja” y “alta” cultura. El
autor de El aleph encarnaba, en
efecto, al antimodelo del intelectual orgánico sostenido por esta publicación.
Dice: “No tengo la vanidad de creer que puedo resolver los problemas de mis
contemporáneos. Mi escepticismo me impide crearme obligaciones al respecto”. Y
ayuda a colocarle título a la nota cuando termina confesando: “Yo quisiera ser
el hombre invisible”.
En otra entrevista de 1984
para Tiempo Argentino, Piglia se
expresa en un sentido aparentemente diverso: “Me interesa trabajar esa zona indeterminada donde se
cruzan la ficción y la verdad. Antes que nada porque no hay un campo propio de
la ficción. De hecho todo se puede ficcionalizar. La Argentina de estos años es
un buen lugar para ver hasta qué punto el discurso del poder adquiere a menudo
la forma de una ficción criminal. El discurso militar ha tenido la pretensión
de ficcionalizar lo real para borrar la opresión”. Tomando como ejemplo a Arlt,
quien sin aludir directamente el contexto, captó en sus novelas “el nudo
secreto de la política argentina”, o a Macedonio, quien “une política y ficción
como dos estrategias discursivas complementarias”, Piglia escribe para la fecha
Respiración
artificial (1980). Se lo dedica a dos desaparecidos y coloca un
epígrafe de T. S. Elliot: “Tuvimos la experiencia pero perdimos el sentido que
tenía: comprender su sentido permite restaurar la experiencia”. En consonancia,
la novela intenta desentrañar el significado de la historia encubierta del
país. Alrededor de un enigma que hay que descifrar –según el modelo del
policial borgeano-, Piglia toma la forma del archivo histórico, es decir, la
tensión entre materiales diferentes que conviven anudados por un centro que
precisamente hay que reconstruir. Pasado y futuro, historia y literatura se
remiten en la tarea de indagar la Nación, ya no en el sentido que en su momento
propusieran Martínez Estrada o Scalabrini Ortiz cuando se preguntaron “cómo
somos los argentinos”. Piglia tiene otro objetivo con su relato: averiguar la
causa por la que fracasamos.
Los escritores, para
Piglia, son los que narran lo indecible, lo que en virtud de un respirador artificial siguen vivos en
medio de la pesadilla. En la lucha por rescatar la verdad escamoteada por el
poder que llega a lo inverosímil, Piglia descubre la función social del
escritor. Por eso la pregunta que cruza toda la novela es, precisamente: ¿Quién
va a escribir hoy el Facundo?
En el entramado de
explicar la Argentina, cosa ya intentada por Sarmiento tempranamente, Borges
por su parte se pierde tozudamente en laberintos, ya que tiene la convicción de
que la historia es secreta y redunda en múltiples causas incognoscibles para el
hombre: “Un prosista chino ha observado que el unicornio, en razón misma de lo
anómalo que es, ha de pasar inadvertido. Los ojos ven lo que están habituados a
ver. Tácito no percibió la Crucifixión, aunque la registra en su libro”, dice
en “El pudor de la historia” (Otras Inquisiciones). ¿Podemos echarle algo en
cara al escritor de “La muerte y la brújula”? El tiempo, según él describe en
numerosas ocasiones, es el presente. “Cada minuto que vivimos existe, no su
imaginario conjunto” (“Nueva refutación del tiempo”). Lo que llamamos
“historia” no es más que el relato de una forzosa línea que encadena causas y
consecuencias fortuitas. Pero, en realidad, lo único que sabemos es que hay
jardines de senderos que se bifurcan. Esa línea que queremos recta, invisible,
incesante –que es el tiempo cronológico, el tiempo lógico- es pura ficción de
los orígenes y los destinos que nadie está dado a descifrar.
Yo quisiera saber qué
escritores hoy, más allá de sus intentos breves y a los saltos en twitter, en
notas de opinión en medios efímeros, en carreras de publicación en editoriales
fugaces, repiten a Sarmiento, a Borges o a Piglia. O por qué no los repiten. Este
país sigue siendo un enigma. Y no veo a nadie, no escucho a nadie que ponga un
poco de imaginación, de riesgo ficcional, en medio del destrozo.
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