POP UPS 28
LAS MÁQUINAS DE LEER
Lo conocí a Borges y me dijo dos cosas esenciales:
"No se puede ser
profesora y escritora al mismo tiempo. Son tareas incompatibles".
La segunda: "Si
elige ser profesora, procure que sus alumnos se vayan de su clase con ganas de
seguir leyendo".
Cuando buceo en
sus ensayos, sobre todo, los que reúne en Otras
Inquisiciones, no dudo de que leer y hacer leer constituyen su centro
vital. Y me contagia.
Por eso, leer a
Borges me recuerda a las máquinas de lectura. Esta increíble herramienta que
ves en la foto, tiene 300 años y permite a un investigador tener 7 libros
abiertos al mismo tiempo. Está expuesta en la Biblioteca Palafoxiana en Puebla,
México. Es la expresión material del
procedimiento borgeano: un libro lleva a otro libro, que lleva a otro, que
lleva a otro. 77 veces 7 libros, como perdones hay en el Nuevo Testamento.
Siete: número cabalístico que simboliza todo en todo.
77 veces 7 escenas de lectura. Repetidas con variantes.
Hay un par de
personajes que son su perfecto reverso. O no tan perfecto. Veamos.
Otra máquina de leer: Sarmiento. Cuenta, en Recuerdos de provincia, que a los cinco años lee corrientemente en voz alta. Por eso, sus padres lo llevan de casa en casa para que lo escuchen recitar la Historia de España. A cambio, recibe “gran copia de bollos, abrazos y encomios”, que lo llenan de vanidad. Otra escena: a los quince años, siendo dependiente de comercio en una tienda, y después de barrer el negocio como es habitual en las mañanas, se sienta a la puerta con un libro, “insensible a toda perturbación”. Puede ser la historia antigua, la Biblia o la vida de Franklin, a quien admira. Cierta vez, una señora que pasaba todos los días por la calle donde estaba el negocio, comentó meneando la cabeza: “¡Este mocito no debe ser bueno! ¡Si esos libros que tiene en las manos fueran buenos, no los leería con tanta pasión”. Con el correr del tiempo, no sólo va a leer sino a traducir los sesenta volúmenes de la colección completa de las novelas de Walter Scott, a razón de una por día. Pero no sabemos si la vecina alcanzó a enterarse. Sarmiento es un chico de familia indigente, como Silvio Astier; pero no roba libros, se los come.
Miguel Cané, alumno del Colegio Nacional Buenos Aires, es otro devorador de libros; pero él sí tiene muchos a su disposición. La mayoría, académicos; por eso, las aulas le resultan insufribles. Entonces, esconde de los ojos de los profesores las novelas de aventuras o de terror (Los tres mosqueteros, Los misterios del castillo de Udolfo, El espía del gran mundo) , que lee a escondidas, tratando que nadie lo sorprenda. Una noche, como Silvio Astier, se desliza a la Iglesia de San Ignacio –que está al lado del colegio-, mientras se celebra un funeral, y se roba los trozos de vela, que coloca debajo de su chaleco y se lleva para iluminar sus trasnochadas de lectura. A veces ni sale al recreo, para no perderse ni un solo episodio. Leer es para viciosos.
Lee Alonso
Quijana para poder ser el Quijote.
Lee Robinson
Crusoe para sobreponerse a la tristeza y la locura en su isla desierta.
Lee el personaje
de Cortázar, en “Continuidad de los parques”, para saber cómo lo van a asesinar.
En los cuentos de
Borges se lee mucho también. En “La muerte y la brújula”, un libro contiene la
clave para descifrar una serie de crímenes.
Todos leen para
recordar, para saber, para soñar, para comprender, para vivir. Leen mucho y porque
quieren. Nadie los obliga.
Son las máquinas
humanas de lectura. (Continuará)
Yo también soy devoradora de libros y de escritos como este. Gracias.
ResponderEliminarMe lo imaginaba!
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