MUJERES INSPIRADORAS. NINÍ MARSHALL
Si se escribiera una historia nacional de
la risa, Niní Marshall (seudónimo de Marina Esther Traveso) encabezaría
seguramente el camino de unos cuantos artistas argentinos que han hecho del entretenimiento
un espacio de encuentro afectivo con el público masivo y la fuente de su
consolidación profesional. Ella es la constructora en el medio radial de una
suerte de sociología porteña alrededor de las debilidades o defectos,
costumbres y aspiraciones de las clases populares conformadas a partir del
proceso de la inmigración en nuestro país.
El
trabajo con el lenguaje oral está en la base de su trabajo con las caricaturas
sociales. Comenzó imitando a la gallega que trabajaba en su casa paterna y a la
que conocía de su infancia, a quien bautizó Cándida, en “El chalet de Pipita”.
Esta era una audición transmitida primero en la Broadcasting Municipal (1935) y luego en Radio Fénix (1936), en la que la locutora Josefina Cano Raverot recibía
en un imaginario living invitados con quienes conversaba sobre distintos temas.
Ya entonces, Niní –que representaba a su mucama y cocinera− escribía sus
propios libretos y los avisos de publicidad que su personaje auspiciaba a
través del programa, con una buena dosis de hipérboles y gags cómicos.
Niní,
en verdad, se tomaba muy en serio la escritura de humor. De hecho, fue la
primera mujer en el mundo del espectáculo a la que se le permitió escribir sus
propios libretos. “los escribía, los corregía, los pasaba, los
volvía a arreglar, les hacía agregados, tachaba y hasta en el ensayo en la mesa
ponía algo más, pero nunca al aire”, refiere en su autobiografía. Escucharla,
sin embargo, siempre suscitó mayor interés que leerla, quizá precisamente por
las modulaciones de la voz, la sutileza de los timbres, la entonación de las
frases, las pausas y los énfasis ocurrentes en la conversación que sus
personajes sostenían con un interlocutor, así como por la pronunciación
deformada de vocablos y expresiones, correspondientes a cada uno de ellos,
sobre todo, a las mujeres inmigrantes o descendientes de inmigrantes por una
parte; o aquellas que migraban del interior del país a la ciudad de Buenos
Aires, por otra.
Niní
tomaba a sus criaturas –según sus propias palabras− de la realidad social y
cultural, y las hacía vivir en una ficción cómica que reponía su circunstancia
cotidiana, con sus gestos, sus costumbres, sus ideas, y muy especialmente sus
maneras de hablar. Un investigador del Departamento de Filología de la Facultad
de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata la convocó para el
Archivo Sincrónico de la Lengua Argentina, porque consideró que sus personajes,
aun ficticios, procedían de una virtuosa capacidad para la fotografía de la
masa sonora nacional. Niní registró
variantes del habla de algunos de sus personajes femeninos para relevarlas
sobre la historia de Edipo Rey desde la perspectiva de cuatro de sus criaturas:
Catita, la chica de barrio; Mónica de Picos Pardo Sunsuet Crostón, la señora de Barrio Norte; Belarmina, una
criada norteña y su empleadora, la Niña Jovita, una solterona representante de
la sociedad tradicional anclada en el siglo XIX.
Para
su debut en 1937 en Radio El Mundo, la
emisora más moderna y de mejor tecnología del momento, Niní –contratada por el empresario
Roberto Llauró, que había lanzado un nuevo producto: el Jabón Verde, que evitaba
“restregar la ropa”− tuvo que vestir a Cándida con los atributos que tenía una
clásica gallega en los afiches publicitarios encargados por la empresa. Dado el
rating alcanzado en poco tiempo por el personaje, se le propuso hacer un
programa de media hora en franja central, con la asistencia de Juan Carlos
Thorry, que fue un compañero invalorable muchos años en la radio y en giras por
diversas salas del país, y con quien filmó algunas películas. Más adelante,
Emilio Córdoba, dueño de la tienda “La Piedad”, le pidió a Marshall que creara
un nuevo personaje al que auspiciaría: así nació Catita, a imagen y semejanza
de las chicas que se acercaban a la radio para pedirle un autógrafo al galán
Thorry, a la salida de la audición, y a las que Marshall escuchaba comúnmente
decir frases como esta:
“Representaban un estrato social producto de esa época” –señala en Mis memorias. Inventó para ellas una historia, una familia, un barrio. El personaje debutó el mismo año que la gallega, durante dos días de la semana diferentes de aquellos en los que iba Cándida, a quien rápido superó en popularidad. La producción escrita de Niní ascendió para entonces a diez libretos semanales.
En
aquellos años –a diferencia de los actuales−, las emisoras permitían la
presencia de un público nutrido que ocupaba el estudio y seguía en vivo las programas
con entusiasmo; por eso, pensar en la caracterización teatral de los personajes
era un agregado que hoy puede sorprendernos pero que en ese momento se
justificaba porque, de tener éxito, los artistas iniciaban giras en salas en
distintos barrios o zonas del país, y debían enfrentar ya no a oyentes sino a espectadores.
A la par, está documentado que familias enteras (¡y aún el presidente Roberto
M. Ortiz!) se reunían en las casas alrededor de los aparatos de radio para
escuchar a Niní Marshall e imaginar a los personajes a partir de su voz, lo que
decía cada uno y la manera en que lo hacía. La actriz manifestó oportunamente
su preocupación por llegar a desencantar a esos creativos oyentes que
albergaban en sus fantasías el diseño de un personaje que su actuación podía
defraudar. Sin embargo, su incursión en el cine a partir de 1938, medio en que
desembarcó principalmente con las dos caricaturas más festejadas –Cándida y
Catita−, significó el triunfo definitivo de mano de los directores Manuel
Romero (Mujeres que trabajan, 1938; Divorcio en Montevideo, 1939; Casamiento en Buenos Aires, 1939) y Luis
Bayón Herrera (Cándida, 1939; Los celos de Cándida, 1940). Si bien su
fama se consolidó en torno de la actuación, es justo decir que persistió en
hacer valer que los diálogos que protagonizaba en el cine, aun cuando el guion
de la película fuera ajeno, debían ser escritos por ella. A la vez, siguió diseñando
personajes sobre todo femeninos que no solo continuarían vigentes, década tras
década, en la radio y el teatro, sino que alcanzarían a surcar el medio
televisivo en su etapa de esplendor: Cándida y Catita, Mónica o Belarmina; Doña Caterina, la abuela inmigrante italiana; Doña Pola, la inmigrante
judía; Gladys Minerva Pedentone, una niña sabihonda y pedante; la bella Loli,
una estrella de otros tiempos; Lupe, la mexicana de pueblo, entre otras, son
sus inolvidables creaciones.
Otra
escritora que supo ser una irreverente humorista pero para pequeños lectores, María
Elena Walsh, ha dicho y con razón que Niní Marshall es la “Cervanta” argentina:
Es nuestra gran novelista, que por usar los flamantes medios −radio, cine− resulta todavía inclasificable para los revisores del lenguaje que sólo se atienen al prestigio de la palabra impresa. Niní, renovadora de la expresión literaria, se adelantó a su tiempo y sólo es celebrada en el arrabal de los “clásicos” populares. “Chaplin con faldas”, dijo un crítico. ¿Por qué no Cervanta americana? (…) Así como en las posadas del Siglo de Oro los rústicos esperaban el arribo del licenciado o la dama que les leyera las peripecias de los mil personajes del Quijote, así nosotros nos congregamos hace medio siglo en torno de la radio para escuchar a una mujer que nos caricaturizaba en ámbitos tan desangelados como los páramos de Castilla. Sólo un prodigioso dominio del idioma le permitió a Niní descalabrarlo, transvertirlo y lanzarlo a las efímeras ondas del éter, como escritura en la arena. (…) La payasa sigue disimulando a la gran escritora. Niní, Cervanta nuestra.
En efecto, Miguel de Cervantes, uno de
los principales artífices de la lengua castellana que hemos y un
formidable oyente de las voces de la calle, incorporó en su novela el Quijote todos los niveles y registros: escuchamos al narrador, al culto lector de novelas de caballerías, al rústico
Sancho, a las mozas zafias de la venta, al bachiller, al comerciante, a los duques
y a otros tantos personajes, quienes ofrecen un panorama bastante amplio de la
sociedad española del siglo XVII, en pleno intercambio. Por otra lado, debemos
asimismo a Cervantes el registro primero de vocablos y expresiones que vivían
en la oralidad y que nos aproximan a lo que debió ser la manera de comunicarse de
la gente por aquellos días. Al aumentar el lexicón, el autor del Quijote integró la realidad plural a la
historia de la cultura, informe, múltiple y diversa, representativa de una
conciencia democrática, libre y crítica. Pero, sobre todo, Cervantes es el gran
humorista en una época de ingentes transformaciones; el escritor capaz de
integrar, a través del diálogo siempre fluido y espontáneo, distendido y
ocurrente, una visión crítica de la realidad desde perspectivas diversas.
Así es: a los personajes del Quijote y a las mujeres de Niní se los
reconoce en principio por el lenguaje, que siempre muestra cómo la gente se ve
a sí misma y cómo alcanza a ver a los demás. Niní es, con razón, la Cervanta
argentina.
Adenda:
Le dediqué un libro, después de leer una y otra vez todos sus libretos radiales:
Hermoso. A mis padres les gustaba mucho. Gracias. Dan ganas de seguir leyendo sobre ella, y de escucharla.
ResponderEliminarHola Liliana! Gracias por tu lectura. En la web podés encontrar algunos audios de los sketchs radiales y libretos escritos, además de las películas. Se venden CD (editados por Lino Patalano y DIALMET Productora) con varios sketchs de distintos personajes. Que lo disfrutes!
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