POP UPS 29
UN COLEGIO LLENO DE HOMBRES O MUJERES QUE LEEN
Llegué a la facultad para
tomar examen y ya estaba todo preparado para comenzar, pero mi titular no aparecía por ningún lado. La tarde anterior me había avisado por teléfono que estaba
descompuesta y que si al día siguiente no se presentaba, que por favor avanzara
sola. Abrimos mesa con el decano. En esa época no había celulares. Después del
mediodía, cuando terminó el examen, la llamé a la casa, pero no respondió.
Un par de veces por la tarde también. Una por la noche. Nada.
Al día siguiente, en el
CNBA, donde yo era profesora y ella, la Directora de la Biblioteca, me enteré.
Estaba muerta. La habían encontrado en su casa, tirada en el piso, con el tubo del teléfono colgando de la mesa, muy cerca del cuerpo.
El enfisema pulmonar había terminado con ella. Me la pude imaginar, corpulenta y alta
como era, aunque en el último tiempo estaba mucho más delgada y encorvada. Quizá tenía algo
más que un enfisema. No lo sé. No lo quise preguntar. Otro profesor, íntimo
amigo de ella, había ido a su casa a ver qué sucedía, porque había desaparecido. Como nadie le contestaba, pidió entrar por el departamento del
vecino, se trepó a una ventana que comunicaba con otra de la casa de mi jefa,
saltó y en el living vio la escena. Elena Juncal, la respetada Elena Juncal, mi
maestra, sin vida a los pies de su enorme biblioteca.
Lo primero que pensé fue:
qué hago con los libros, sus libros, los que me prestó para que preparara el
tema de mis clases durante el cuatrimestre. ¿A quién se los devuelvo? Solo después,
me puse a llorar.
Recuerdo que tenía una
caja con cepillos de distintos tamaños para limpiar los libros y que me había
enseñado a usarlos. Era una bibliomaniaca. Con la gente, en cambio, era
distante, fría. Pero una persona íntegra, de ley. Muy exigente y, al mismo
tiempo, derrochadora de su tiempo, sus libros, sus enseñanzas. Ella hizo la
Biblioteca del Colegio. Lo grande que es esa Biblioteca lo hizo ella.
Tenía un escritorio
bellísimo, de esos antiguos, con fuelle. Lo arrumbaron en una sala oculta entre
las escaleras de caracol secretas que recorren una columna central, que mira al
ala que da a la calle Moreno. Los cajoncitos estaban cerrados. Y yo aluciné que
allí había todavía más de un mensaje de botella. Pero no me dejaron nunca
acceder, a pesar de haber sido más tarde Directora del Departamento de Lengua y
Literatura, y Vicerrectora. Hay cosas que el Colegio no facilita a los no
iniciados.
Este parece un relato de
muertes, libros que ocultan cosas y profesoras inspiradoras. Sí, es eso. Y algo más.
Las dos eran mujeres
punzantes. Difíciles de abordar. Las dos pensaban lo mismo: en el Colegio había
demasiados hombres. Las mujeres, sin embargo, eran todas, en ese
momento, de una capacidad mayúscula. Sobre todo, grandes lectoras. Sor
Juanas redivivas. Cajones de archivo desplegados. ¡Si les preguntabas por un libro
de la Biblioteca y te decían de memoria la signatura topográfica! Por eso,
cuando se hizo un homenaje a Edith López del Carril -otra de ellas-, en 2005, escribí sobre
mujeres lectoras.
La primera que siempre me
sorprendió fue justamente Sor Juana Inés de la Cruz. Yo había sido educada por
monjas, pero que no tenían nada que ver con esta que era mujer, monja, docta y
escritora, y que fue condenada a la soledad y a la reprobación, a la
imposibilidad de leer, sobre todo. A la clausura de su gabinete de libros.
Mujeres contemporáneas a
Sor Juana, dentro de los claustros domésticos del matrimonio y la familia,
escaparon al convento para gozar una vida autárquica frente a una sociedad en
la que invisibilidad de las mujeres estaba asociada al cuerpo casto y al
silencio. Sólo las que pertenecían a las altas clases aprendían a leer y ni
siquiera a escribir. Aprendían a leer las órdenes que les daban. Hasta el siglo
XVII podría decirse que la mujer había leído bien poco fuera de los libros que
cultivaban el alma, conducían al recto autogobierno o ilustraban sobre los
deberes familiares. El convento paradójicamente era visto como un espacio de crecimiento
personal. Santa Teresa de Jesús fue el modelo de mujer instruida que entendió
la cultura como un medio de ejercer el poder o por lo menos de contrarrestar
las imposiciones masculinas. La imagen de la mujer erudita y escritora surgió
como modelo de género femenino, sobre todo a partir de las autobiografías,
entre las cuales el Libro de la vida,
de Santa Teresa, fue principal exponente. Las primeras destinatarias fueron las
monjas. La palabra de las mujeres destinada a las mujeres contribuía a la
recreación del sujeto femenino (no sujeta, por favor, sujeta a nada, nunca).
Aquí comienza el derrotero de la lectora desafiante y emprendedora.
Por ahora, nos quedamos
aquí. En Elena, en Elvira, en Edith. Las tres E con MAYÚSCULA. Modelo de
lectoras, de maestras. Grandes mujeres
en un colegio lleno de hombres.
(Continuará)
BONUS TRACK
En 2007, dirigí una increíble colección de literatura, que publicó Página 12 en forma fascicular. Las tapas estaban ilustradas por Rep. El primer fascículo estuvo dedicado lógicamente a Sor Juana. Hoy se llamaría: GRANDES ESCRITORAS Y ESCRITORES DE LATINOAMÉRICA.
ResponderEliminarHermoso artículo, Silvina. Quizás me recuerdes. Compartimos durante15 años la sala de profesores del CNBA. Yo, prof de francés. Cariños
Claro, Patricia, que me acuerdo de vos! Qué bueno reencontrarte. Sigamos en contacto. Muchos cariños y gracias por leer.
EliminarMe emocionó tu artículo. Pude ponerle rostro a las 3 E. Cariños. Roxana
ResponderEliminarRoxana querida! Me sorprendió reencontrarte por aquí. Qué bueno que nos unan de nuevo el Colegio, la lectura y nuestras mujeres. Un abrazo a tu hija, a quien siempre recuerdo con afecto. Y todo lo mejor para vos.
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