Palabras Acto 17/12/2021. CNBA

Funes el memorioso, el personaje de Borges abrumado por una memoria infinita, es capaz de recordar cada instante, no a una persona sino cada una de las veces que la vio, si fue de frente o de perfil, en qué lugar y a qué hora; recuerda cada preciso detalle. Recuerda siempre tantas circunstancias que se le hace imposible generalizar. No sabe que la memoria está hecha de abstracciones y que exige, de alguna manera, el olvido.

“Sepan que olvidar lo malo

también es tener memoria”,

canta Martín Fierro. En efecto, la memoria elige sólo lo que es reflejo y se repite. Lo que por alguna razón atesoramos y nos sigue como una sombra.

Entre el olvido y la memoria, circulan nuestras vidas que son breves y muy pequeñas; pero una al lado de la otra, y de otra, y de otra, van construyendo una cadena que nos revela. Que muestra quiénes en definitiva somos.

Yo, por ejemplo, tengo en mi memoria el día cuando entré en este Colegio por primera vez. Tenía 24 años recién cumplidos y estaba muerta de miedo. Eso fue una mañana fría de agosto de 1984, cuando asistí a una entrevista para reemplazar a un profesor de literatura en unas pocas horas cátedra. La Jefa de Departamento era Edith López del Carril, una mujer de carácter que me hizo comprender que para poder persistir en este espacio androcéntrico había que ser como ella. La democracia reiniciaba y los grupos políticos estudiantiles habían adquirido un dinamismo argumental que nos interpelaba a los docentes y nos obligaba a plantarnos o sucumbir. Escribía las clases con rigor de amanuense y me las aprendía de memoria; lo que no era muy útil, porque los colegiales, con su inteligencia y creatividad, sus cuestionamientos y sus propuestas, me sacaban de libreto todo el tiempo. Exigencia, rendimiento, disciplina, competencia, innovación eran las palabras de paso para poder “pertenecer”. Y así como los alumnos vivían acosados por exámenes orales y escritos que requerían de una enorme energía y voluntad; los docentes trabajábamos pensando en los concursos por antecedentes y oposición para validar nuestras trayectorias y aptitudes.

Nos tratábamos todos de usted. A la formalidad en el trato y la distancia personal en que las emociones intensas quedaban fuera de rango, se sumaba la inclinación por el lenguaje ingenioso y la frase certera, si era posible, con latinismos o alusiones cultas incluidos. Todo estaba medido. Y uno aprendía a moverse en una atmósfera cortés, pulcra, inteligente y –para un importante porcentaje– inmejorable.

Por supuesto que, en paralelo, ocurrían los festejos de la llamada “vuelta olímpica”, que irrumpía con fuerza y sorpresivamente. Entonces, se suspendían las leyes rigurosas del Colegio y había que atravesar el túnel equívoco en que los alumnos “tenían el poder” hasta que se reinstalaran el orden y la rutina. Un “carnaval” del que no todo el mundo salía desde luego ileso.

El Colegio fue siempre así: un ir y volver todo el tiempo. En él cabe “casi todo lo humano y lo divino”.

Varios de ustedes fueron mis primeros alumnos. Yo venía bastante atrasada en muchas cosas y ustedes estaban demasiado adelantados. En un punto coincidíamos: íbamos creciendo juntos, adaptándonos, inventando estrategias, probando siempre, viviendo tantas cosas que el mundo afuera corría en paralelo. Un mundo al lado de otro mundo.

Hoy estamos reunidos aquí y quizá alrededor de una misma obsesión: ¿Qué significa, en 2021, haber pasado por las aulas del Nacional Buenos Aires?

Se dice que el Colegio es un gran museo donde se rinde culto a las glorias pasadas. Es verdad. La historia transita en sus portentosas paredes y ambientes oscuros de techos altos; en los pasillos que se continúan en otros pasillos y se cruzan con escaleras de mármol; en las vidrieras, en las columnas, las fuentes de los patios, las rejas, las aulas de grandes ventanales, en los bancos atornillados a los pisos crujientes, en las claraboyas de la biblioteca, en esa mesa donde yo pasaba horas junto a los ficheros de madera, en los secretos vedados del subsuelo. El Colegio es un lugar donde se guarda nuestra memoria, la que nos identifica, la que nos dice quiénes quisimos ser.

Pero el Colegio significa, sobre todo, las muchas personas que sobreviven al olvido: el sempiterno Horacio Sanguinetti, la histriónica Elvira Burlando de Meyer, el ingenioso hidalgo Pancho Azamor, la inefable Elena Juncal, el elegante caballero Oscar Perazzo, la bella Graciela Perciavalle, el infalible Jorge Sanz, el desenfadado Patricio Esteve, el tierno Roberto Fraboschi, la controvertida Corina Corchón, la correcta Marta Royo, el enérgico Enrique Montes, el sabio Manuel Swiatlo, la rigurosa Aurora Ravina, el emblemático Montemayor, nuestra puerta de entrada. Estos fueron sus maestros, pero también los míos.

Ellos, el edificio, ustedes, todos somos el Colegio Nacional de Buenos Aires.

Yo me atrevería de decir que el Colegio es el punto mítico de un universo, un Aleph a medida.

Una mañana estaba en el escritorio de mi casa, consultando la gramática de Ofelia Kovaci, cuando de pronto saltó de entre las páginas una tarjeta, que hizo un leve vuelo en el aire y cayó al suelo. Tenía algo escrito: “Gracias, Silvina, por tu generosidad. Con cariño, Elvira Meyer.” Hacía rato que se había jubilado y yo no sabía nada de ella. Unas horas después, me enteré de que ese día había muerto. Los muertos a quienes queremos nos avisan, se despiden. Pero cada vez que abro esa gramática, yo me acuerdo de ella, la mantengo viva.

Ojalá nos tengan a sus profesores siempre vivos en la memoria. Porque en ustedes, los alumnos y alumnas, se cifra todo lo que se hace en este Colegio.

Por eso, ustedes deberían estar en el micrófono hablándome a mí, hablándonos a los adultos que los ayudamos a crecer -con todos los aciertos y errores que tuvimos. Ustedes son lo mejor, lo que da sentido al resto. Todos los que hoy están aquí, pero también los que no pudieron venir y los que ya no están, porque no se han ido al olvido. Sabemos que están aquí porque este es NUESTRO lugar.

En nombre de todos los que aquí trabajamos, yo no tengo más que darles las gracias por hacerme parte de la memoria. A ustedes, porque -junto con mi hijo- son lo mejor que me pasó.

Los quiero.

Sean felices.     

Silvina Marsimian

Comentarios

  1. Qué palabras tan justas como emocionantes! Lamentablemente no pude ir. Mi mamá estaba internada por suerte ya hoy mejor.
    Gracias por ser parte de la memoria colectiva! Abrazo y felices fiestas!!

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    Respuestas
    1. Querida Roxana, qué bueno reencontrarte por aquí! Gracias por leer y ojalá tengamos la oportunidad de vernos de nuevo. Abrazo para vos y tu hija, que tu mamá esté mejor de salud y que sea lo mejor para el próximo año. Con todo el cariño, Silvina

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