POP UPS 32

VENECIA REVISITADA


                                                          Venecia y el sur

 Releo La muerte en Venecia, de Thomas Mann, en el mismo volumen de Ediciones Siglo XX, de 1971, que encontré en su momento en la biblioteca de mi padre y que usé cuando cursé literatura alemana. Tenía cuartos de hojas cosidos, algo caro hoy y en desuso; está, sin embargo, prácticamente desarmado de tantas vueltas que le di estudiándolo aquel año, que fue el de Malvinas. A comienzo de cada capítulo, encuentro hojas sueltas de un cuaderno, dobladas por la mitad y con apuntes de clase en azul, colorado; también en lápiz hay varias notas en el texto, que está además muy subrayado. No sé si leer primero lo que yo iba escribiendo mientras leía o mejor no, no distraerme con esas anotaciones de chica joven, que no sabe todo lo que supo después y que todavía creía en lo que decían los profesores. Se trata de la historia de Gustavo von Aschenbach, el artista decadente que se deshace como un montoncito de arena, mirando el mar, en la playa de El Lido, vencida por la peste. Un twit de una amiga que lee en clave pop a los clásicos; un texto de la escritora transexual Jan Morris y una foto en la plataforma de Radio Mitre de una anciana llorando frente a las góndolas vacías del supermercado hicieron que recuperara una parte del pasado. Pensé: cada uno vive el vacío a su manera.

Venecia, la ciudad inverosímil cuyo paisaje está hecho de piedra, agua y mármol, no produjo muchos escritores, pero varios hablaron de ella. Marco Polo, en El descubrimiento del mundo; Casanova, en sus Memorias; Henry James la eligió como escenario en Los papeles de Aspern; Shakespeare, en El mercader de Venecia y Otelo; Marcel Proust, en un fragmento de En busca del tiempo perdido. Para Dickens, Venecia superaba la capacidad imaginativa del más soñador. Byron remaba, tres veces por semana, de Venecia a San Lazzaro, donde estudiaba el idioma armenio, cuenta Paul Morand en Tres cafés venecianos. Hemingway y Márai cruzaron sus puentes y canales. Lucio Mansilla sigue a una mujer por sus calles, según cuenta en Entre nos. Luis Guzmán le dedica un ensayo agudo e iluminador; y Borges, un breve artículo. En este último autor, voy a detenerme más adelante un poco más.

En Thomas Mann, el mar es la muerte y su antesala, la Plaza de San Marco. Toda la ciudad es un entramado sinuoso de calles empedradas, angostas y oscuras. Yo misma tuve la experiencia de caminar en redondo, desprovista de puntos de referencia y volviendo siempre al mismo lugar unas cuantas veces. Pude ver cómo, por la ancha sábana del canal, también se cruzan los itinerarios con la pobre orientación de los puentes, que apenas se distinguen entre sí por alguna señal difícilmente reconocible para el visitante que está allí por primera vez. Llegamos con H. una madrugada, desde Santa María, donde embarcamos. En el muelle, éramos dos parejas (la otra, belga), que esperamos en medio de la neblina hasta que apareció como de la nada un vaporieto desolador. El conductor frenó ante nosotros y gritó desaforado: “¡San Marco!”; nosotros subimos con las valijas a los tumbos, pero lo más rápido posible, porque ya se ponía en marcha con la misma brusquedad con que el conductor nos hizo al rato bajar, después de haberse negado a cobrarnos bajo protesta, porque teníamos dólares y no liras. Empujados por el frío y el viento que alcanzaba a despejar la noche y dejaba ver una luna gigantesca y amarilla como la de los libros infantiles, avanzamos hacia la Plaza, con los belgas que habían desaparecido detrás de nosotros a través de algún atajo, y buscamos un banco para sacar el voucher del hotel, mientras nos perdíamos como idiotas en la visión de las cúpulas grandes e iluminadas.

Aschenbach quizá sintió lo mismo que nosotros, porque dice el narrador que se había dado cuenta de que entrar por tierra (como lo había hecho la primera vez) o por agua a Venecia no era lo mismo. Ya a esa altura ve las aguas turbias y grises. Tiene más de 50 años y su vida ha iniciado un descenso lento. “Hijo de un alto funcionario judicial, sus ascendientes fueron funcionarios públicos, hombres que habían vivido una vida disciplinada y sobria, al servicio del estado y del rey. (…) la sangre alemana de sus antepasados se mezcló con la sangre más viva y sensual de la madre del escritor, hija de un director de orquesta bohemio. (…) La combinación de ese espíritu de rectitud profesional con los ímpetus apasionados y oscuros provenientes de su ascendencia materna habían producido un artista”.

La doble herencia, es decir, las tendencias contradictorias de la razón y el instinto son iguales a los primeros párrafos de “El sur”, de Borges: “El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de Infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel; en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (…) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica.” Como vemos, en los dos relatos, hay un desembarco, un doble linaje, un hombre que se arriesga a cumplir su destino.

Aschenbach entra a Venecia como a un mundo ilusorio: “Le parecía que todo eso salía de lo normal, que comenzaba una transmutación ilusoria en torno a él, que el mundo adquiría un carácter singular…” y, más adelante: “Forrado en su abrigo, con un libro en el regazo, el viajero (sintió que) en el espacio vacío, sin solución de continuidad, nos falta también la medida del tiempo y flotamos en lo infinito”.

Buenos Aires tiene, a la vez, algo de fantasmal en sus contornos. Así como Rivadavia divide la ciudad de Buenos Aires en dos, explica Borges: de un lado, el norte; del otro, el sur; todo hombre es dos: el que es y el que quiere ser. “Nadie ignora que el Sur comienza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme”, donde un gato, “mágico animal, (vive) en la actualidad, en la eternidad del instante”. Así como “Emma Zunz” explica qué es narrar para Borges; “El sur” es la construcción del hombre que viaja de la realidad a la ficción, o mejor, aquel en el que conviven esos mundos paralelos. Anulado el principio de contradicción, la muerte no existe y el tiempo únicamente válido es el presente. Por esto, el último acto y el último párrafo de “El sur” se enuncia precisamente en tiempo presente: “Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar y sale a la llanura”. La escena es un círculo infinito.

Dahlmann asume su destino de coraje. Muere en el acto ficcional que lo reivindica. Aschenbach, en cambio, va para atrás: vuelve (después de una primera huida) al calor bochornoso, al aire denso, a los olores que se mezclan y compactan en el ambiente pestilente de Venecia, a la playa y al mar. La ciudad y él están enfermos. ¿Y Tadzio? Aparece con el cabello flotante de Eros, se pierde por puentes y sucios callejones, y desaparece con el ulular del viento y el cuerpo vuelto hacia la anchura del mar y la neblina infinita.  

Aschenbach pensaba cuando era joven como Tadzio que todas las cosas grandes se habían creado contra algo, a pesar de algo. Pero ahora, viejo y cansado de sí mismo, con el deseo de perfección que no llega a realizarse, es el artista de público masivo, el escritor oficial de su país. Por eso, va a Venecia a morir. Como en el film de Visconti, termina siendo una mascarada patética: el maquillaje se descompone en su cara brillante al sol, que es la verdad. Las fuerzas dionisíacas de las que siempre ha huido, se vengan, y causan su desintegración y el fin de la travesía. Nunca es de otra manera. La cobardía, la mediocridad y la peste dejan siempre impresos los rastros de la decadencia. Y el vacío.

Comentarios

  1. Muy bello texto, con descripciones nítidas y certeras. Tiene, metonímicamente, algo de Buenos Aires (eterna, como el agua el aire) y de Venecia (marmórea y de agua, también laberíntica). Gracias por compartirlo! Susana Caba

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    1. Gracias, querida Susana, por leer. Es cierto lo que decís sobre las metonimias!

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